Hay veces que pienso que se nos va la vida definiéndonos, intentando colocarnos dentro de ese grupo de personas que saben “quiénes o qué creemos ser”, definiendo nuestros gustos, colores, entretenimientos ... Pero yo en cambio, me identifico con algunas cosas con las que después no estoy de acuerdo, tengo un color favorito, pero no por ello sólo pinto mi mundo de ese mismo color, me gusta abrirme nuevas expectativas, abrir mi mente a cosas que no pensé que nunca me gustarían porque he aprendido a disfrutar pequeños detalles, y por ello mi vida sea un poco más intensa, por el miedo a morir espiritualmente, por terror a perder mi capacidad de asombro.
Intento estar siempre dispuesta a que la vida me sorprenda y aún así no logro sacar de mi cabeza los ecos siniestros de aquel juez con birrete de satín que insiste en que planee mi futuro, en que ya tengo edad de saber cuáles son las cosas que me gustan, cuáles las que no ... Si saberlas, mayoritariamente las sé, pero digamos que a mi mente le encanta perderse entre divagaciones, las cuales algunas no tienen ni pies ni cabeza; de ahí mi locura.
He aprendido a cerrar los ojos y percibir y a su vez disfrutar de los demás sentidos, que tantas veces tenemos olvidados, perdidos .... Cuando algo me gusta lo exprimo, lo gozo y vuelvo a reiterarlo una y otra vez; me considero apasionada en mis gustos, intento aprender a suplir disgustos con agrados, pues si algo me ha enseñado mi loco caminar es a dejarme de lamentar y dejar de pensar que todos son canales que me conducirán a centenas de mañanas repetitivas, que escritas o no, están marcadas en el destino y el destino me lo marco yo.
Intento estar siempre dispuesta a que la vida me sorprenda y aún así no logro sacar de mi cabeza los ecos siniestros de aquel juez con birrete de satín que insiste en que planee mi futuro, en que ya tengo edad de saber cuáles son las cosas que me gustan, cuáles las que no ... Si saberlas, mayoritariamente las sé, pero digamos que a mi mente le encanta perderse entre divagaciones, las cuales algunas no tienen ni pies ni cabeza; de ahí mi locura.
He aprendido a cerrar los ojos y percibir y a su vez disfrutar de los demás sentidos, que tantas veces tenemos olvidados, perdidos .... Cuando algo me gusta lo exprimo, lo gozo y vuelvo a reiterarlo una y otra vez; me considero apasionada en mis gustos, intento aprender a suplir disgustos con agrados, pues si algo me ha enseñado mi loco caminar es a dejarme de lamentar y dejar de pensar que todos son canales que me conducirán a centenas de mañanas repetitivas, que escritas o no, están marcadas en el destino y el destino me lo marco yo.
Si hay algo en la vida que detesto son las frases prevalecidas, los paradigmas, y aún así todavía me enfrento con algunos de ellos en mi vida diaria, pues me sorprendo al darme cuenta que vivo rodeada de clichés, de situaciones y actitudes que me llevan a ser igual a esa borregada de la que tanto huyo. Ser yo misma, sin envoltorios, sin trampa ni cartón, pienso que es una de mis más grandes virtudes. Digo las cosas como me salen del forro de mis entrañas, por no decir por la excentricidad de mis pensamientos, y me fascina haber aprendido a decir “no” en ciertos casos. Intento no tomarme las cosas a modo personal, aunque muchas veces no lo consigo causándome grandes disgustos y contadas gastritis ulcerosas; pero prefiero pensar que nadie hace las cosas pensando en otros, sino que las hacemos pensando en lo que nos conviene y tal vez… a veces nos agredimos los unos a los otros, herimos susceptibilidades sin darnos cuenta,por dejarnos llevar por nuestra propia rabia y envenenamiento personal, aunque siguiendo en mi línea de sinceridad, en otros casos, tengo pensamientos inexpugnables, de que existe gente hija de puta y dañina.
Y ahora mi gran defecto: la impulsividad. A veces me doy miedo, lo confieso, cuando algo se me mete en la cabeza y entonces voy a por ello y no hay temor ni excusa que me lo impida, el problema es que muchas veces complico mi camino por dar pasos locos y acelerados. Llevo varios años que ya dejé de luchar con este yo y a admitir que aceptándome y disfrutando de como soy, vivo mucho más feliz. Creo que todo es imperfecto, y nos obcecamos en sacar la perfección, marchitando tal vez, la belleza de las cosas importantes de las cuales no nos damos cuenta o ya lo hacemos demasiado tarde; en vez de tratar de cambiarlas, deberíamos tratar de disfrutarlas dentro de su imperfección; la única obligación que tenemos en esta vida es ser felices.
No me gusta ver pasar la vida pendiente de lo que me sucede o sucede a mi alrededor, de lo que hoy pienso y que ayer no, de mis complejos, de mis ganas absurdas de vivir y no morir en el intento. Dejaría de ser humano si no le tuviera terror a la muerte, aunque ha habido momentos en que ésta ha sido una fiel compañera oculta entre los entresijos de mi mente, pero lo que me da miedo no es dejar de respirar, lo que me da infinita ansiedad es dejar de respirar sin haber dejado algo, reflexiones, momentos regados por ahí con la gente que amo para siempre o que he querido por momentos.
Considero que no hay nada más hermoso que el amor en todas sus formas, tengo la suerte de poder afirmar que tengo amigos maravillosos y grandes amores de mi vida que nunca serán olvidados, que siempre tendrán su rincón en este alocado corazón que intentó experimentar el amor en todas sus facetas. Me guío por mi gran adicción a crear instantes irrepetibles con mis amigos, a reír, a disfrutar sin freno de todos esos segundos en los que puedo ser yo, sin máscara de intelectual o de madurez, cuando puedo bailar y cantar y sonreír con intensidad, (sobre todo en hablar y reír).
Y ahora mi gran defecto: la impulsividad. A veces me doy miedo, lo confieso, cuando algo se me mete en la cabeza y entonces voy a por ello y no hay temor ni excusa que me lo impida, el problema es que muchas veces complico mi camino por dar pasos locos y acelerados. Llevo varios años que ya dejé de luchar con este yo y a admitir que aceptándome y disfrutando de como soy, vivo mucho más feliz. Creo que todo es imperfecto, y nos obcecamos en sacar la perfección, marchitando tal vez, la belleza de las cosas importantes de las cuales no nos damos cuenta o ya lo hacemos demasiado tarde; en vez de tratar de cambiarlas, deberíamos tratar de disfrutarlas dentro de su imperfección; la única obligación que tenemos en esta vida es ser felices.
No me gusta ver pasar la vida pendiente de lo que me sucede o sucede a mi alrededor, de lo que hoy pienso y que ayer no, de mis complejos, de mis ganas absurdas de vivir y no morir en el intento. Dejaría de ser humano si no le tuviera terror a la muerte, aunque ha habido momentos en que ésta ha sido una fiel compañera oculta entre los entresijos de mi mente, pero lo que me da miedo no es dejar de respirar, lo que me da infinita ansiedad es dejar de respirar sin haber dejado algo, reflexiones, momentos regados por ahí con la gente que amo para siempre o que he querido por momentos.
Considero que no hay nada más hermoso que el amor en todas sus formas, tengo la suerte de poder afirmar que tengo amigos maravillosos y grandes amores de mi vida que nunca serán olvidados, que siempre tendrán su rincón en este alocado corazón que intentó experimentar el amor en todas sus facetas. Me guío por mi gran adicción a crear instantes irrepetibles con mis amigos, a reír, a disfrutar sin freno de todos esos segundos en los que puedo ser yo, sin máscara de intelectual o de madurez, cuando puedo bailar y cantar y sonreír con intensidad, (sobre todo en hablar y reír).
Soy coleccionista de recuerdos hermosos y me maravilla conservarlos, seguir procurando instantes que queden en mi memoria, recuerdos, los cuales prevalecen más allá de la muerte, del olvido y del tiempo.
Soy creyente imperecedera del amor absurdo, loco y desmedido. Hoy creo en ese tipo de amor que sólo nace, porque la química es tan fuerte que no da tiempo de utilizar la razón. Sigo mis instintos e intento escuchar a mi intuición, aunque al final me dejo llevar por mi ímpetu de irreflexión, cierro los ojos y siento ese vértigo que todos poseemos, pero intentamos sosegar con la razón, pero yo no, yo prefiero la locura.
Pero existen momentos que mi cama se convierte en una balsa en la mitad de un mar apacible, silencioso, solitario, es ahí, en medio de la soledad, cuando me puedo poner en contacto conmigo misma, cuando puedo entender un poco más de mi, lo que por género me corresponde, lo que anhelo, lo que temo o lo que me da el más dulce y a su vez mordaz deleito. Prefiero vivir la vida y persitir a que me siga sorprendiendo.
Soy creyente imperecedera del amor absurdo, loco y desmedido. Hoy creo en ese tipo de amor que sólo nace, porque la química es tan fuerte que no da tiempo de utilizar la razón. Sigo mis instintos e intento escuchar a mi intuición, aunque al final me dejo llevar por mi ímpetu de irreflexión, cierro los ojos y siento ese vértigo que todos poseemos, pero intentamos sosegar con la razón, pero yo no, yo prefiero la locura.
Pero existen momentos que mi cama se convierte en una balsa en la mitad de un mar apacible, silencioso, solitario, es ahí, en medio de la soledad, cuando me puedo poner en contacto conmigo misma, cuando puedo entender un poco más de mi, lo que por género me corresponde, lo que anhelo, lo que temo o lo que me da el más dulce y a su vez mordaz deleito. Prefiero vivir la vida y persitir a que me siga sorprendiendo.
Margot MooN© 04.06.14
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