La vida es un lugar curioso y sí, digo “la vida” y “lugar” porque, ¿acaso no es ella el sitio en el que vivimos?. Es algo de lo que no podemos despegarnos, que va con nosotros y que determina el que podamos o no estar en lugares físicos y apreciarlos. Vivir es estar y, como bien indica el archiconocido verbo inglés, ser y estar son dos cosas y una misma a su vez.
Nuestro mundo es nuestra vida, incluso cuando decidimos entregarla a los demás. No solo soy lo que vivo, sino que vivo lo que soy.
Buenas o malas, nuestras experiencias vitales determinan como sentimos y como seguiremos viviendo, y no crean que hay un esquema o una respuesta asegurada según el pasado a lo que seremos en el futuro.
Una persona que crece rodeada de basura puede desarrollar, como mínimo, dos respuestas tan opuestas como lógicas: mantener la forma de vida que conoce o bien rechazarla hasta el punto de volverse excesivamente escrupulosa, pudiendo llegar a convertirse la limpieza incluso en una obsesión.
El ser humano no es limitado. Podemos crear patrones de conducta mediante experimentos, observación, estudios y estadísticas, pero no podemos asegurar que es lo que va a pasar, ni siquiera cuando conocemos a la persona, menos aún cuando no es así. No todo el mundo reacciona igual al recibir un pinchazo con un alfiler, aunque exista una mayoría que realice el mismo gesto o acción. Podemos preveer que ocurrirá, pero no darlo por supuesto.
Somos sorprendentes, incluso para nosotros mismos, y vivimos como podemos, o como nos dejan, o como sentimos, o como queremos, pero vivimos y, esa vida, es nuestro pequeño mundo.
Margot_MooN